esto: «En los sucesos a que dio lugar la ambición de Martos, se inició un síntoma malsano que podrá tomar proporciones peligrosísimas si a tiempo no se le sofoca. Tenían los Radicales preparado en Barcelona un pronunciamiento de bajo vuelo contra la República. ¿Por qué se malogró el movimiento? Porque la tropa no quiso obedecer a los jefes. Dicen que ha sido la indisciplina contra la indisciplina; o de otro modo, que los leales han sido los soldados y clases. Verdad; pero roto el nervio del Ejército, que es la subordinación, no sabemos a dónde esto podrá llegar... Militarmente hablando, querido Tito, la situación es débil y lo será más si no sale un caudillo... Yo te pregunto: ¿sabes tú dónde está ese caudillo?».
Ambos callamos meditabundos... No sé si fue aquel día u otro cuando me contó los disparates que los corresponsales venidos de París enviaban a la prensa francesa. Uno de ellos dijo en su periódico: «La República ha caído en un desenfreno espantoso. Castelar se ha visto obligado a nombrar Gobernador civil de Madrid a un monsieur Estévanez que se lo exigió navaja en mano. Este monsieur, muy conocido en las tabernas, no sabe leer ni escribir». Otro corresponsal, por cierto amigo de don Eduardo Chao, mandó una crónica razonable; pero en París, para dar color romántico y medieval a las cosas de España, la retocaron con estos monstruosos chafarrinones: «Madrid es una ciudad de la Edad Media, sin alumbrado público, salvo los faroles morte-