por decreto la Comisión Permanente de la Asamblea Nacional. De la misma forma disolvió los batallones de Milicianos que estuvieron el 23 en la Plaza de Toros y en el palacio de Medinaceli, y otras unidades orgánicas de Artillería, Zapadores y Caballería. Leí la expresiva alocución que dirigió a las Milicias Republicanas y a la guarnición de Madrid, felicitándolas por su actitud patriótica en los pasados disturbios. Estos documentos, que vinieron a enriquecer la copiosa literatura política coleccionada en la Gaceta, resultaban muy bonitos, pero no amansaron el oleaje tempestuoso que, iniciado en Madrid, iba extendiéndose por toda la superficie nacional.
De labios del propio don Francisco Pi oí una frase que conservo en mi memoria: «En el telégrafo central siento el latido de las provincias, y encuentro a las más republicanas poseídas de una exaltación calenturienta». Los partidos derrotados el 23 de Abril por el federalismo, tomaban las posiciones que mejor les convenían. Los Radicales conspiraban allegando voluntades en el Ejército y fuera de él. Los Carlistas, envalentonados por el barullo reinante, multiplicaban sus medios de guerra. Reverdecían como planta bien fecundada las esperanzas de los Alfonsinos. Los Monárquicos defensores del principio en forma impersonal, acrecían con la ridícula bandera del Rey X el desbarajuste hispánico. En tanto, el federalismo, perdida la cohesión en que le mantuvo la lucha con un enemigo