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La heroica ciudad dormía la siesta. El viento Sur, caliente y perezoso, empu- jaba las nubes blanquecinas que se ras- gaban al correr hacia el Norte. En las I calles no había más ruido que el rumor
estridente de los remolinos de polvo,
trapos, pajas y papeles que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en es- quina revolando y persiguiéndose, como maripo- sas que se buscan y huyen en que el aire envuelve en sus pliegues invisibles. Cual turbas de pillue- los, aquellas migajas de la basura, aquellas sobras de todo se juntaban en un montón, esperaban como dormidas un momento y brincaban de nuevo