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CAPÍTULO VI.

yo: Amad á vuestros enemigos [1]; haced bien á los que os aborrecen.

28 Bendecid á los que os maldicen, y orad por los que os calumnian.

29 A quien te hiriere en una mejilla, preséntale asimismo la otra. Y á quien te quitáre la capa, no le impidas que se te lleve aun la túnica.

30 A todo el que te pida, dale; y al que te roba tus cosas, no se las demandes.

31 Tratad á los hombres de la misma manera que quisiérais que ellos os tratasen á vosotros.

32 Que si no amais sino á los que os aman, ¿qué mérito es el vuestro? porque tambíen los pecadores aman á quien los ama á ellos.

33 Y si haceis bien á los que bien os hacen, ¿qué mérito es el vuestro? puesto que aun los pecadores hacen lo mismo.


  1. Amad no sus errores, no sus faltas, no su mala conducta, pero si á sus personas, deseando vivamente su bien. Benefacite, haced bien á los enemigos; no un bien que los haga peores, que pueda contribuir á aumentar sus extravíos, sino un bien que sirva directa ó indirectamente para su conversion. Benedicite, bendecidlos; no hablándoles con blandura lisonjera, tímida, ó que los haga atrevidos, sino de un modo que vuestras expresiones ó palabras no respiren acrimonia ni venganza. Hasta en el tono de la voz con que los reprendais, han de conocer vuestra buena intencion. Orad por ellos, para que Dios los convierta y conceda lo necesario para esta vida y para la otra. Tal es la pura celestial doctrina de Jesu-Christo en esta materia; no la que de este pasage de san Lúcas saca un escritor impío y de mala fé.