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EPÍST. DE S. PABLO A LOS ROMANOS.

ó la concupiscencia, es el que, habiéndome causado la muerte por medio de una cosa buena, cual es la Ley, ha manifestado lo venenoso que él es; de manera que por ocasion del mismo mandamiento se ha hecho el pecado sobremanera maligno.

14 Porque bien sabemos que la Ley es espiritual; pero yo por mí soy carnal, vendido para ser esclavo del pecado.

15 Por lo que, yo mismo no apruebo lo que hago, pues no hago el bien que amo; sino antes el mal que aborrezco, ese le hago.

16 Mas por lo mismo que hago lo que no amo, reconozco la Ley como buena.

17 Y en este lance no tanto soy yo el que obra aquello, cuanto el pecado, ó la concupiscencia, que habita en mí.

18 Que bien conozco que nada de bueno hay en mí, quiero decir, en mi carne. Pues aunque hallo en mi la voluntad para hacer el bien, no hallo cómo cumplirla.

19 Por cuanto no hago el bien que quiero; antes bien hago el mal que no quiero.

20 Mas si hago lo que no quiero, ya no lo ejecuto yo, sino el pecado que habita en mí.

21 Y así es que, cuando yo quiero hacer el bien, me encuentro con una ley ó inclinacion contraria, porque el mal está pegado á mi:

22 de aquí es que me complazco en la Ley de Dios segun el hombre interior;

23 mas al mismo tiempo echo de ver otra ley en