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CAPÍTULO VIII.

mis miembros, la cual resiste á la ley de mi espíritu, y me sojuzga á la ley del pecado, que está en los miembros de mi Cuerpo.

24 ¡Oh qué hombre tan infeliz soy yo! ¿quién me libertará de este cuerpo de muerte, ó mortífera concupiscencia?

25 Solamente la gracia de Dios por los méritos de Jesu-Christo Señor nuestro. Entre tanto yo mismo vivo sometido por el espíritu a la Ley de Dios, y por la carne á la ley del pecado.

CAPÍTULO VIII.
Confirma lo dicho el Apóstol mucho mas copiosamente. Felicidad de los justos. Su alegría y esperanza; y cómo de todo sacan provecho, sin que nadal es pueda separar del amor de Jesu-Christo.

1 De consiguiente nada hay ahora digno de condenacion en aquellos que están reengendrados en Christo Jesus y que no siguen la carne.

2 Porque la ley del espíritu de vida que está en Christo Jesus me ha libertado de la ley del pecado y de la muerte.

3 Pues lo que era imposible que la Ley hiciese, estando como estaba debilitada por la carne, hízolo Dios, cuando, habiendo enviado á su Hijo, revestido de una carne semejante á la del pecado, y héchole víctima por el pecado, mató así al pecado en la carne,

4 á fin de que la justificacion de la Ley tuviese su