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de amazona, y que, á fuerza de retocarlo, concluyó por darle la fisonomía de Velez Sarsfield.

—« Váyase al Infierno con sus retoques.»

—«Nó; eso nó; si alguien lo merece es usted, porque usted es el pintor de las inspiraciones; pero creo que ya no pule.»

—«¿Cómo, que no pule?

—«Digo mal, pule demasiado, porque nunca está contento y sale de su cuerda. En estos casos de evocaciones de un tipo desconocido, la media tinta, mi amigo, nada más que la media tinta.»

—«Bonita recomendacion la que me hace.»

—«¿Y qué? ¿No le basta ser maestro en medias tintas?»

—«Páre, cochero.»

Allí estaba el taller.

Al poner el pié en el umbral, mi compañero, echando la cabeza atrás, y mirándome por el través del medio mismo de los anteojos que llevaba cerca de la punta de la nariz, me tomó del brazo, y me dijo:

—«¿Y si despues de sus elogios no le diera yo el retrato?»

—«Tendría muchos medios para hacérselo entregar.»

—«A ver uno?»

—«Complicarlo en esta novela, obligándole, por lo ménos, á declarar todo lo que ha visto ú oído desde que le mandé la tarjeta.»