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La ciudad de Dios

á su patria, pregunto: ¿esta acción no es más indigna, cuanto es más remota de la verdad y más ajena de sus costumbres y conducta? ¿Y qué castigo, por terrible que sea, será bastante cuando se hace á Dios esta injuria tan nefaria y tan atroz?



CAPÍTULO X

De la cautela que usan los demonios para engañarnos, en querer que se cuenten aus culpas, ó falsas ó verdaderas.


Pero los malignos espíritus, á quienes tienen por dioses, se complacen en que se cuenten de ellos aun las obscenidades que nunca cometieron, á trueque de empeñar y trabar las almas de los hombres con semejantes opiniones como con unas redes, y llevarlos consigo á los tormentos que les están aparejados; ya las hayan cometido hombres á quienes desean los tengan por dioses los que se lisonjean en la ceguedad é ignorancia humana, y con el fin de que los adoren también por tales se entremeten con infinitas cautelas y artificios perjudiciales y engañosos; ya las tales abominaciones no hayan sido realmente cometidas por hombre alguno, las cuales gustan los espíritus falaces que se finjan de los dioses, á efecto de que parezca hay autoridad bastante para perpetrar las torpezas y obscenidades, viendo que al parecer traen su derivación y ejemplo del mismo cielo á la tierra. Viendo, pues, los griegos que servían á tales dioses, de que en los teatros se representaban semejantes ignominias contra la santidad de sus dioses, no les pareció era razón les perdonasen de modo alguno los poetas, ya fuese por querer aun en esto semejarse á sus dioses, ó por temer que, pretendiendo