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La ciudad de Dios

y contra la majestad de sus mismos dioses pudiesen zaherirles con aus frecuentes dicterios y contumelias, ningún senador, ningún censor, ningún príncipe, ningún pontífice lo prohiba? Fué, en efecto, acción reprensible que Plauto y Nevio hablasen mal de Publio, y Neyo Scipión y Cecilio de Marco Catón; pero ¿por qué reputáis por una acción justa y calificada el que vuestro Te rencio, refiriendo el delito de Júpiter Optimo Máximo, atizase y excitase el apetito sensual de la juventud?



CAPÍTULO XIII

Que debían echar de ver los romanos que sua dioses, que gusta.


ban los honrasen con tan torpes juegos y solemnidades, eran indignos del'culto divino, Parece que, si viviera Scipión, acaso me respondería: «¿Cómo hemos de querer nosotros se castiguen aquellos crímenes que los mismos dioses constituyeron por ritos sagrados, cuando no sólo introdujeron en Roma los juegos escénicos, en los cuales se celebran, licen, y representan semejantes indecencias, sino que mandaron también que se les dedicasen é hiciesen en honra suya?» Pero, ¿y cómo instruídos en estos principios no llegaron á comprender que no eran verdaderos dioses, ni de modo alguno dignos de que la República les diese et honor y culto que se debe á Dios? Porque aquellos mismos que debían, por justas causas, no reverenciarlos, si hubieran deseado que se representaran los juegos escénicos con afrenta de los romanos, pregunto: ¿cómo los tuvieron por dioses y creyeron dignos de adorarlos? ¿Cómo no echaron de ver que eran espíritus abominables, que, con la ansia de engañarlos, les pidie..