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San Agustín

ron que en honra suya les celebrasen sus torpezas y crímenes abominables? Demás de esto, los romanos, aunque estaban ya bajo el yugo de una religión tan perversa que les inclinaba á dar culto á unos dioses que veían habían querido les consagrasen las representaciones obscenas de los juegos escénicos; con todo, mirando á su autoridad y decoro, no quisieron honrar á los ministros y representantes de semejantes fábulas, como lo ejecutaron los griegos, sino que, como dice Scipión y refiere Cicerón, considerando el arte de los cómicos y el teatro por un ejercicio ignominioso, no solamente no quisieron que sus actores gozasen de los privilegios y honores comunes á los demás ciudadanos romanos, sino que también los privaron de su tribu, conforme á lo resuelto en la visita que practicaron los censores. Providencia verdaderamente prudente y digna de que se refiera entre las alabanzas de los romanos, pero yo quisiera que se siguiera á sí misma y se imitara á si propia en tan acertadas decisiones: porque, reflexionad un poco: ¿está muy bien ordenado que á cualquiera ciudadano romano que eligiese el oficio de los farsantes, no sólo no le admitiesen á la obtención de honor alguno, sino que también por la reformación del censor no le dejasen permanecer en su propia tribu?

¡Oh glorioso decreto de una ciudad esclarecida, tan deseosa de alabanza como en el fondo verdaderamente romana! Pero, respóndanme y concuerden esta concluyente razón: ¿qué motivo tuvieron para privar á los escénicos de todas las honras republicanas, y, sin embargo, los mismos juegos los dedicaron al honor de sus dioses? Pasaron ciertamente muchos tiempos en que la virtud romana no conoció los ejercicios del teatro, los cuales, si los hubieran buscado por humana diversión, su introducción sin duda hubiera procedido del vicio y relajación de las costumbres humanas; pero no nacie-