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La ciudad de Dios

modo con la doctrina de Platón, en cuanto éste condena absolutamente todas las ficciones poéticas; y ciertamente privan á los poetas el usurparse la licencia de infamar directamente a los hombres. Platón extermina y prohibe á los poetas el habitar en la ciudad, y los romanos destierran á los actores y les cierran el paso para poder ascender á los honores y prerrogativas correspondientes á los demás ciudadanos; y si del mismo modo se atrevieran con los dioses que desean y resuelven los juegos escénicos, acaso lograran exterminarlos del todo: luego de ninguna manera pudieran esperar los romanos de aus dioses leyes bien combinadas para establecer las buenas costumbres ó para corregir las malas; antes si los vencen, ligan y convencen con sus desatinadas constituciones; porque ellos les piden los juegos escénicos en honra suya, y éstos privan de todos los honores correspondientes á su estado á los actores escénicos. Ordenan los romanos igualmente que se celebren por medio de las ficciones poéticas las ac ciones abominables de los dioses, y al mismo tiempo refrenan la libertad de los poetas, prohibiéndolos injuriar á los hombres con palabras ó escritos criminosos.

Pero el semi—dios Platón no sólo se opuso al apetito descabellado de los dioses, sino que enseñó cuál era lo más conveniente al índole natural de los romanos, pues no quiso habitasen en una ciudad tan bien formada los mismos poetas, ó los que, por mejor decir, mentían á su albedrío ó proponían á los hombres acciones injustas que imitasen ó representasen los crímenes de sus dioses. Nosotros no defendemos que Platón es dios, ni semi—dios, ni le comparamos á los ángeles buenos del verdadero Dios, ni á los profetas, ni á los apóstoles, ni á los mártires de Jesucristo, ni á algún hombre cristiano, y la razón de este dictamen la daremos en su lugar; pero, con todo, supuesto que quieren sostener fué semi-