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LIBRO TERCERO



CAPÍTULO I

De las adversidades las cuales sólo temen os malos, y las que siempre ha padecido el mando mientras adorabá á los dioses.


Ya me parece que hemos dicho lo bastante de los males de las costumbres y de los del alma, que son de los que principalmente nos debemos guardar, y cómo los falsos dioses no procuraron favorecer al pueblo que los adoraba, á fin de que no fuese oprimido con tanta multitud de males, antes por el contrario, pusieron todo su esfuerzo en que gravemente fuese afligido.

Ahora me resta decir de los males que ésta no quiere padecer, como son el hambre, las enfermedades, la guerra, el despojo de sus bienes, ser cautivo y muerto, y otras calamidades semejantes á éstas que apuntamos ya en el libro primero, porque á éstas solos los malos tienen por calamidades, no siendo ellas las que los hacen malos; ni tienen pudor (entre las cosas buenas que alaban) en ser malos los mismos que las engrandecen, y más les pesa tener una mala silla donde descansar que mala vida, como si fuera el sumo bien del hombre tener todas las cosas buenas fuera sí mismo. Pero ni aun de estos males que solamente temen los excusaron ó libraron sus dioses cuando libremente los adoraban, porque, cuando en diferentes tiempos y lugares