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LA CIUDAD DE DIOS

LIBRO PRIMERO


CAPÍTULO I

De los enemigos del nombre cristiano, y de cómo éstos fueron perdonados por los bárbaros, por reverencia de Cristo, después de haber sido vencidos en el saqueo y destrucción de Roma.

En esta obra, que va dirigida á ti, y te es debida, mediante mi palabra, Marcelino[1], hijo carísimo, pretendo defender la gloriosa Ciudad de Dios, «así la que vive y se sustenta con la fe[2] en el discurso y mudanza de los tiempos, mientras es peregrina entre los pecadores, como la que reside en la estabilidad del eterno descanso, el cual espera con tolerancia hasta que la Di-

  1. Existen entre las cartas de San Agustín algunas dirigidas á Marcelino, y otras de éste contestando á las del santo obispo. La amistad y estrechez que había entre ambos, se fomentó cuando residían en África, cada uno en sus respectivos encargos; así lo testifica Orosio: en esta época, gobernando el Imperio de Oriente Honorio, y siendo su colega Constantino, se restituyó á la Iglesia de África la deseada paz, en cuyo proyecto, como en otros sumamente útiles al lustre y extensión del dogma católico, trabajó con mucho ardor Marcelino, Tribuno y Prefecto, hombre prudente y sabio.
  2. Habacuc, cap. II. Justus ex fide vivet.
Tomo I.
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