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LIBRO CUARTO


CAPÍTULO I

De lo que se ha dicho en el Libro primero.


Debiendo empezar ya á tratar de la Ciudad de Dios, fuí de parecer responder en primer lugar á los enemigos del dogma católico, quienes, como viven arrastrados de los gustos y deleites terrenos, apeteciendo con ansia los bienes caducos y perecederos, cualquiera adversidad que padecen, cuando Dios, usando de su misericordia, los advierte y avisa, suspendiendo el castigarlos con todo rigor y justicia, lo atribuyen criminalmente á la religión cristiana, la cual es solamente la verdadera y saludable religión; y porque entre ellos hay también vulgo estúpido é ignorante, se arrebatan con mayor ardor é irritan contra nosotros, como excitados y sostenidos de la autoridad respetable de los doctos: persuadiéndose los necios que los sucesos extraordinarios que acaecen con la vicisitud de los tiempos, no solían acontecer en las épocas pasadas: confirman su falsa opinión con disimular que lo ignoran, no obstante que saben que es falsa, para que de este modo sea persuadible á los entendimientos humanos es justa la queja que manifiestan tener contra nosotros; porque lo que fué necesario demostrar por los mismos libros que escribieron sus historiadores dándonos una noticia extenTOKO I, 14