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San Agustín

sa y circunstanciada de la historia y sucesos ocurridos en los tiempos pasados, que es muy al contrario de lo que opinan; y asimismo enseñar que los dioses falsos que entonces adoraban públicamente, y ahora todavía adoran en secreto, son unos espíritus inmundos, perversos y engañosos demonios, tan procaces, que tienen su mayor deleite y complacencia en oir y examinar ocularmente las culpas y maldades más execrables, sean ciertas ó fingidas, aunque seguramente suyas, las cuales quisieron se celebrasen y anunciasen solemnemente en sus fiestas, á efecto de que la humana imbecilidad no se ruborizase en perpetrar acciones feas y reprensibles, teniendo por imitadores de las más impías á las mismas deidades, lo cual no he probado yo precisamente por indícios ó conjeturas falibles, sino ya por lo sucedido en nuestros tiempos, en los que yo mismo vi hacer y celebrar semejantes torpezas en honor de los dioses, y ya por lo que está escrito en autores que dejaron á la posteridad la recordación de estas tor pes celebridades, considerándolas, no como infames, sino como honoríficas y apreciables á sus dioses. De modo que Varrón, sujeto docto y de grande autoridad entre los gentiles, formando unos libros que trataban de las cosas divinas y humanas, y distribuyendo, conforme á la calidad de cada uno, en unos las materias divinas y en otros las humanas, a lo menos no colocó los juegos escénicos entre las cosas humanas, sino entre las divinas, siendo seguramente cierto que si en Roma hubiera solamente personas honestas y virtuosas, ni aun en las cosas humanas fuera justo que hubiera juegos escénicos; lo cual ciertamente no estableció Varrón de autoridad propia, sino como nacido y criado en Roma, los halló así numerados entre las cosas divinas.