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La ciudad de Dios

no temen, habiendo aplacado á tan pocos, vivir teniendo airado contra sí á todo el Cielo? Y si adoran y tributan culto á todas las estrellas, porque están contenidas en Jupiter á quien reverencian, con este atajo pudieran en él solo venerar á todas, pues así ninguna se enojara, mediante á que en solo Júpiter se rogaba á todas, y ninguna era despreciada; mas adorando á unas se daría justa causa á otras de enojarse por no ser adoradas (las cuales son muchas más sin comparación), mayormente cuando estando ellas resplandecientes desde su elevado asiento se les prefiera hasta el mismo Priapo desnudo y torpemente armado.



CAPÍTULO XII

De la opinión de los que pensaron que Dios era el ánima del mundo, y que el mundo era el cuerpo de Dios.


Y ¿qué diremos del otro absurdo? ¿Acaso no es agunto que debe excitar á los ingenios expertos, y aún á los que no sean muy agudos? En este punto no hay necesidad de poseer una elevada excelencia de ingenio para que depuesta la manía y tema de porfiar, pueda cualquiera advertir que, ai Dios es el alma del mundo, y que respecto de esta alma el mundo se considera como cuerpo, de suerte que sea un animal que conste de alma y cuerpo; y si este Dios es un seno de la naturaleza que en sí mismo contiene todas las cosas, de modo que de su alma que vivifica toda esta máquina se extraigan y tomen las vidas y almas de todos los vivientes, conforme á la suerte de cada uno que nace, no puede quedar de modo alguno cosa que no sea parte de Dios; lo cual, si es cierto, ¿quién no echa de ver la grande irreveren-