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La ciudad de Dios

En las palabras primeras, donde dice una vez habló, se entiende infaliblemente, esto es, inconmutablemente habló, así como conoce inconmutablemente todas las cosas que han de suceder, y las que él ha de hacer: así que en esta conformidad pudiéramos llamar y derivar el hado de fando, si no estuviera admitido comunmente el entenderse otra cosa distinta por este nombre, á cuya acepción no queremos que se inclinen los corazones de los hombres. Y no se sigue que ai para Dios hay cierto orden de todas las causas, luego por lo mismo nada ha de depender del albedrío de nuestra voluntad; porque aun nuestras mismas voluntades están en el orden de las causas, el que es cierto y determinado respecto de Dios, y se comprende en su presciencia, pues las voluntades humanas son también causas de las acciones humanas; y así el que sabía todas las causas eficientes de las cosas, sin duda que en ellas no pudo ignorar nuestras voluntades, de las cuales tenía ciencia cierta eran causas de nuestras obras; porque aun lo que el mismo Cicerón concede, que no se ejecuta acción alguna sin que preceda causa eficiente, basta para convencerle en esta cuestión: y ¿qué le aprovecha lo que dice, que aunque nada se hace sin causa, toda causa es fatal, porque hay causa fortuita, natural y voluntaria? Basta su confesión cuando dice que todo cuanto se hace no se hace sino precediendo causs; pues nosotros no decimos que las causas que se llaman fortuitas, de donde vino la apelación de la fortuna, son ningunas, sino ocultas y secretas, y éstas las atribuímos, ó á la voluntad del verdadero Dios, ó la de cualesquiera espíritus, y las que son naturales no las separamos de la suprema voluntad de aquel que es Autor y Criador de todas las naturalezas. Las causas voluntarias ó son de Dios, ó de los ángeles, ó de los hombres, ó de cualesquiera animales; pero al mismo tiempo deben llamarse voluntades los Тоио I.

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