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San Agustín

CAPÍTULO X

Si domina alguna necesidad en las voluntades de los hombres.


Así que tampoco se debe temer aquella necesidad por cuyo recelo procuraron los estoicos distinguir las causas, eximiendo á algunas de la necesidad y á otras sujetándolas á ella; y entre las que no quisieron que dependiesen de la necesidad pusieron también á nuestras voluntades, para que, en efecto, no dejasen de ser libres si se sujetaban á la necesidad; porque si hemos de llamar necesidad propia á la que no está en nuestra facultad, sino que aunque nos resistamos hace lo que ella puede, como es la necesidad del morir, es claro que nuestras voluntades, con que vivimos bien ó mal, no están subordinadas á esta necesidad, supuesto que ejecutamos muchas operaciones que, si no quisiésemos, las omitiríamos; á lo cual primeramente pertenece el mismo querer; porque si queremos es, si no queremos no es; porque no quisiéramos, si no quisiéramos: y si se llama y define por necesidad aquella por la cual decimos es necesario que alguna cosa sea así ó se haga así, no sé por qué hemos de temer que ésta nos quite la libertad de la voluntad, mediante á que no ponemos á la vida de Dios y á su presciencia debajo de esta necesidad; porque digamos es necesario que Dios siempre viva y que lo sepa todo, así como no se disminuye su potestad cuando decimos que no puede morir ni engañarse; porque de tal manera no puede esto, que si lo pudiese, sin duda sería menos facultad: por esto se dice con justa causa todopoderoso, el que con todo no puede morir ni engañarse; pues se dice todopoderoso haciendo lo que quiere y no padeciendo lo que no quiere; lo cual, si le sucediese, no sería todopoderoso, y por lo