Página:La ciudad de Dios - Tomo I.pdf/311

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
293
La ciudad de Dios

mismo no puede algunas cosas, porque es todopoderoso. Así también, cuando decimos es necesario que cuando queremos esta volición sea con libre albedrío, sin duda decimos verdad, y no por eso sujetamos el libre albedrío á la necesidad que quita la libertad. Así que las voluntades son nuestras, y ellas hacen todo lo que queriendo hacemos, lo que se haría si no quisiésemos; y todo aquello que cada uno padece, no queriendo, por voluntad de otros hombres, también vale así la voluntad, aunque no es voluntad de aquel hombre, aino potestad de Dios; porque si fuera sólo voluntad, y no pudiese lo que quisiese, quedaría impedida con otra voluntad más poderosa. Con todo, ni aun así la voluntad no seria sino voluntad, ni sería de otro, sino de aquel que quisiese, aunque no pudiese cumplir lo que quisiese; y asi todo lo que padece el hombre fuera de su voluntad no lo debe atribuir á las voluntades humanas ó angélicas, ó de algún otro espíritu criado, sino á la de aquel que da potestad á los que quiere. Luego no por eso nada está en nuestra voluntad, porque Dios sabía lo que había de defender de nuestra voluntad, sin duda que no sabía nada, sino que sabía algo: luego también sabiéndolo él está alguna de nuestras acciones en nuestra voluntad; por lo cual de ningún modo somos forzados, aunque admitimos la presciencia de Dios, á quitar el albedrío de la voluntad, ni aun cuando admitamos el libre albedrío, á negar que Dios (que es impiedad imaginarlo) sabe los futuros, sino que lo uno y lo otro tenemos, y lo uno y lo otro fiel y verdaderamente confesamos: lo primero para que creamos con firmeza esto otro, y lo segundo para que vivamos bien; y mal se vive si no se cree bien de Dios; por lo cual este gran Dios nos libre de negar su presciencia intentando ser libres, con cuyo soberano auxilio somos libres ó lo seremos. Y así no son en vano las leyes, las represenciones, exhortacio-