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San Agustín

cuales los edificaron contiguos y pegados el uno al otro, teniendo por dioses los dones peculiares que concede Dios gratuitamente á los mortales. De donde puede colegirse el fin que se habían propuesto, que era el de la virtud, y á donde la referían los que eran buenos, es á saber, á la honra; porque los malos tampoco poseían la virtud, aunque aspiraban al honor, el cual procuraban conseguir por medios detestables, esto es, con cautelas y engaños. Con más justa razón elogió á Catón, de quien dice que cuanto menos pretendía la gloria tanto más ella le seguía; porque la gloria de que ellos andaban tan codiciosos es juicio y opinión de los hombres que juzgan y sienten bien de los hombres.

Y así es mejor la virtud, que no se contenta con el testimonio de los hombres, sino con el de su propia conciencia, por lo que dice el Apóstol (1). «Lo que me conauela, alivia y hace glorioso es el testimonio de mi conciencia. Y en otro lugar (2): «Examine cada uno sus obras, y cuando su conciencia no le remordiere, entonces se podrá gloriar por lo que ve en af solo, y no por lo que ve en otro. Así que la virtud no debe caminar detrás del honor, de la gloria y del mando, que los buenos apetecían, y adonde pretendían llegar por buenos medios y arbitrios, sino que estas cualidades deben seguir á la virtud; porque no es verdadera virtud sino la que camina á aquel fin donde está el sumo bien del hombre; y así los honores que pidió Catón no los debió pedir, sino que la ciudad estaba obligada á dárselos por su virtud, sin pedirlos; pero habiendo en aquel tiempo dos personas grandes y excelentes en virtud, (1) San Pablo, 2, epistola á los corintios, cap. I. Nam gloria nostra hæc est: testimonium conscientia nostræ.

(2) San Pablo en au ep. 6, & Ios galatas, cap. IV. Opus autem suum probet anusquisque, ét tune in semetipso tantum gloriam habebit. et non in altero.