desterrados los reyes, duró el miedo de Tarquino hasta que se acabo aquella pesada guerra, que por su causa se comenzó con los etruscos, y que después los padres comenzaron á tratar al pueblo como á esclavo, azotándolos á fuero de reyes, defraudándolos del repartimiento de los campos; y que ellos solos, excluyendo á los demás, se alzaron con el mando y gobierno absoluto, y que lo que puso fin á estas discordias, queriendo los unos mandar, los otros no queriendo servir, fué la segunda guerra Púnica; porque volvió á darles cuidado otro grave miedo, y á reparar los ánimos inquietos, y á revocarlos de aquellas discordias con otro mayor cuidado, y á reducirlos á la paz y concordia civil.» Con todo, por algunos pocos, que, según au dictamen, eran buenos, se administraban asuntos muy interesantes, y pasados y concluídos aquellos infortunios, por la providencia de algunos virtuosos crecía y se fomentaba aquella república, como lo dice el mismo historiador, añadiendo que, leyendo él en las historias, y oyendo muchas acciones gloriosas de las que el pueblo romano hizo tan famosas en paz y en guerra, por mar y por tierra, quiso averiguar qué fué principalmente lo que sustentó tan grandes máquinas, pues advertía que muchas veces los romanos, con un pequeño número contrastaron y se defendieron contra numerossa legiones de sus enemigos; que con pequeños ejércitos habían sostenido crueles guerras con reyes muy poderosos, y que, revolviendo muchas relaciones históricas, vino á deducir que la virtud insigne y el valor de algunos pocos ciudadanos habían sido la causa de todas aquellas hazañas, y que de aquí nació que la pobreza venció á las riquezas, y los pocos á los muchos; pero después que la ciudad se estragó, dándose al regalo y al ocio, volvió la república otra vez con su grandeza á sustentar los vicios de sus caudillos y magistrados. Así que