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San Agustín

CAPÍTULO XXIII

De la guerra en que Radagaiso, rey de los godos, que adoraba á los demonios, en un día faé vencido con su poderoso ejército.


Pero lo que en nuestros tiempos, y hace pocos años, obró Dios con admiración universal y ostentando su infinita misericordia, no sólo no lo relacionan con acción de gracias, sino que cuanto es en sí procuran sepultarlo en el olvido si fuese posible, para que ninguno tenga noticia de ello: cuyo prodigio, si nosotros le pasásemos también en silencio, seríamos tan ingratos como ellos. Estando ya avocado Radagaiso, rey de los godos, con un grueso y formidable ejército cerca de Roma, amenazando á las cervices de los romanos su airada segur, fué roto y vencido en un día con tanta presteza, que sin haber ni un solo muerto, pero ni aún un herido entre los romanos, murieron más de 1.000 de los godos; y siendo Radagasio hecho prisionero con sus hijos, pagó con la vida la pena merecida por su atentado: si aquel que era tan impío entrara en Roma con tan numeroso y feroz ejército, ¿é quién perdonara? ¿A qué lugares de mártires respetara? ¿En qué persona temiera á Dios, cuya sangre no derramara, cuya castidad no violara? ¿Y que de bondades publicaran éstos en favor de sus dioses? ¿Con cuánta arrogancia nos dieran en rostro que por eso había vencido, por eso había sido tan poderoso, porque cada día aplacaba y granjeaba la voluntad de los dioses con sus sacrificios, los que no permitía á los romanos ofrecer la religión cristiana; pues aproximándose ya al lugar donde por permisión divina fué roto y vencido, corriendo entonces au fama por todas partes, oí decir en Cartago que los paganos