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La ciudad de Dios

y enmienda; cuando lo que é veces obligados ordenan con aspereza y rigor, lo recompensan con la blandura y suavidad de la misericordia, y con la liberalidad y largueza de las mercedes y beneficios que hacen; cuando los gustos están en ellos tanto más á raya; cuando pudieran ser más libres; cuando gustan más de ser señores de sus apetitos que de cualesquiera naciones, y cuando ejercen todas estas virtudes, no por el ansia y deseo de la vanagloria, sino por el amor de la felicidad eterna; cuando por sus pecados no dejan de ofrecer sacrificios de humildad, limosna y oración á su verdadero Dios, y tales emperadores cristianos como éstos decimos que son felices aquí en el interin en esperanza, y después realmente cuando viniere el cumplimiento de lo que esperamos.



CAPÍTULO XXV

De las prosperidades que Dios dió al cristiano emperador Constantino.


La bondad de Dios (para que los hombres que tenían creído debían adorarle y reverenciarle por el futuro premio de la vida eterna no pensasen que ninguno podía conseguir las dignidades y reinos de la tierra sino los que adorasen á los demonios, porque estos espíritus en semejantes asuntos pueden mucho) enriqueció al emperador Constantino (que no tributaba adoración á los demonios, sino al mismo Dios verdadero) de tantos bienes terrenos cuantos nadie se atreviera á desear: concedióle asimismo que fundase una ciudad, socia del imperio romano, como hija de la misma Roma; pero sin construir en ella templo ni simulacro alguno con-