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San Agustín

CAPÍTULO XXIV

Qué sea la felicidad, y cuán verdadera es la de los emperadores oristianos.


Tampoco decimos que fueron dichosos y felices algunos emperadores cristianos porque reinaron largos años, ó porque muriendo con muerte apacible dejaron á sus hijos en el imperio, ó porque sujetaron á los enemigos de la república, ó porque pudieron no sólo guardarse de sus ciudadanos rebeldes, que se habían levantado contra ellos, sino también oprimirlos; porque estos y otros semejantes bienes ó consuelos de esta trabajosa vida también los merecieron y recibieron algunos idólatras de los demonios, que no pertenecen al reino de Dios, á quien tocan estos otros. Y esto lo permitió por su misericordia, para que los que creyeren en él no deseasen, ni le pidiesen estas felicidades como sumamente buenas: sin embargo, los llamamos felices y dichosos cuando reinan justamente, cuando entre las lenguas de los que los engrandecen y entre las gumisiones de los que humildemente los saludan no se ensoberbecen, sino que se acuerdan y conocen que son hombres; cuando hacen que su dignidad y potestad sirva á la Divina Majestad para dilatar cuanto pudieren su culto y religión; cuando temen, aman y reverencian á Dios; cuando aprecian sobremanera aquel reino donde no hay temor de tener consorte que se le quite; cuando son tardos y remisos en vengarse y fáciles en perdonar; cuando esta venganza la hacen forzados de la necesidad del gobierno y defensa de la república, y no por satisfacer á su rencor y á la voluntad, y cuando le conceden este perdón, no porque el delito quede sin castigo, sino por la esperanza que hay de la corrección