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La ciudad de Dios

amparado de todos los auxilios humanos, sin dificultad alguna podía quitarle de delante, si reinara en su corazón más la codicia de extender su imperio y señorío que el deseo de hacer bien. Y así, acogiéndole y conservándole la dignidad imperial, le alentó más y consoló con toda humanidad y gracia. Después, notando que con aquella deliberación se había hecho Máximo muy terrible, áspero y cruel, en el mayor aprieto y angustias que le causaban sus cuidados, no acudió á las curiosidades sacrílegas é ilícitas; antes por el contrario, envió su embajada á un santo varón que habitaba en el yermo en Egipto, llamado Juan, el cual, por la fama que corría de él, entendía que era síervo muy estimado de Dios, y que tenía espíritu de profecía, quien tuvo aviso cierto de que vencería á su enemigo; luego, habiendo muerto al tirano Máximo, restituyó al joven Valentiniano con una reverencia llena de misericordia en la parte de su imperio de que le habían despojado.

Y muerto éste dentro de breve tiempo, ya fuese con veneno ó por otro accidente ó lance fortuito, á otro tirano, llamado Eugenio, que en lugar de Valentiniano había sido elegido ilegítimamente en el imperio; habiendo tenido sobre ello otra profecía, lleno de fe le venció y oprimió, con cuyo formidable ejército combatió, obrando más con la adoración que hiriendo con la espada. A soldados que se hallaron presentes of referir que les sucedió arrancarles de las manos las armas arrojadizas, corriendo un viento furiosísimo de la parte de Teodosio contra los enemigos, el cual no sólo les arrebataba violentamente todo lo que arrojaban, sino que los mismos dardos que les tiraban se volvían contra los que los esgrimían; por lo cual también el poeta Claudiano, aunque enemigo del nombre de Cristo, con todo, en honra y alabanza suya, dijo: «¡Oh sobremanera regalado y querido de Dios, por quien el cielo