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San Agustín

y los vientos conjurados al son de las trompetas acuden en su favor!» Habiendo conseguido la victoria como lo había creído y dicho, hizo derribar unos simulacros de Júpiter que contra él no sé con qué ritos se habían consagrado y colocado en los Alpes; y como los rayos que tenían estas imágenes eran de oro, y sus adalides en chacota, por permitirlo así la presente alegría, dijesen que quisieran ser heridos de aquellos rayos, se les concedió la petición con júbilo y benignidad.

A los hijos de sus enemigos que habían muerto, no ya por orden suya, sino arrebatados del ímpeta y furia de la guerra, acogiéndose, aun no siendo cristianos, á la Iglesia, con esta ocasión quiso que fuesen cristianos, y como tales los amó con caridad cristiana, y no sólo no les quitó la hacienda, sino que también los acrecentó y honró con oficios y dignidades. No permitió después de la victoria que ninguno con este motivo se pudiese vengar de sus particulares enemistades. En las guerras civiles no se portó como Cinna, Mario, Sila y otros semejantes, que después de acabadas no quisieron que se terminasen, antes tuvo más pena de verlas comenzadas que ánimo de que, concluídas, fuesen en daño de ninguno. Entre todas estas revoluciones, desde su ingreso en el imperio no dejó de ayudar y socorrer á las necesidades de la Iglesia promulgando leyes justas, benignas y favorables á sus derechos y preeminencias; á la cual el hereje emperador Valente, favoreciendo á los arrianos, había afligido en extremo, cuyo miembro se lisonjeaba y preciaba más de ser que de reinar en la tierra. Mandó que se derribasen los ídolos de los gentiles, sabiendo bien que ni aun los bienes de la tierra están en mano de los demonios, sino en la del verdadero Dios. ¿Y qué acción puede referirse en los anales más admirable y digna de imitarse que su religiosa humildad; pues siendo forzado por el pueblo, y á instancias