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San Agustín

tas felicidades temporales, que solos los necios desean tener; no, aprovecha ni utiliza el número crecido de los dioses falsos: procuran no obstante defender que se deben adorar esos númenes, no por el provecho y comodidad de la vida presente, sino por la futura que se espera después de la muerte; pues á los que por las amistades mundanas quieren adorar vanidades, y se quejan que no los permiten entregarse á los gustos y bagatelas de los sentidos, me parece que en estos cinco libros les hemos respondido lo necesario; de los cuales, habiendo sacado á luz los tres primeros, y empezando ya á andar en manos de muchos, oí decir que algunos habían tomado la pluma y disponían no sé que respuesta contra ellos; después me informaron asimismo que habían escrito, pero que aguardaban tiempo para darlo al público á su salvo; á los cuales advierto que no deseen lo que no les está bien, porque es muy fácil parecer que ha respondido uno con no haber querido callar. Y ¿qué cosa hay más locuaz y sobrada de palabras que la vanidad? La cual, no por eso puede lo que la verdad; pues, si quisiera, puede también dar muchas más voces que la verdad; si no, considérenlo todo muy bien, y si acaso, mirándolo sin pasión de las partes, les pareciere que es de tal calidad que más pueden echarlo á barato que desbaratarlo con su procaz locuacidad y con su satírica chocante liviandad, repórtense y den de mano á sus vaciedades, y quieran más ser antes corregidos por los prudentes que alabados por los imprudentes; porque si aguardan tiempo, no para decir libremente la verdad, sino para tener licencia de decir mal, Dios los libre de que les suceda lo que dice Tulio de uno, que por la licencia que tenía de pecar se llamaba feliz. ¡Oh miserable del que tuvo semejante licencia para pecar! Y así cualquiera que imaginare que es feliz por la licencia que tiene de maldecir, será mucho más dichoso si de