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San Agustín

mento deferido, volvió sin recelo al poder de sus contrarios, á quienes había causado mayor perjuicio en el Se nado con sus raciocinios y dictamen, que en campaña con su acreditado valor y temibles ejércitos. Así, pues, un tan grande menospreciador de la vida presente, que quiso más terminar su carrera entre enemigos crueles, padeciendo toda suerte de desdichas, que darse por sí mismo la muerte, sin duda que tuvo por horrendo crimen que el hombre á sí mismo se quite la vida. Entre todos sus varones insignes en virtud, armas y letras, no hacen alarde los romanos de otro mejor que de Régulo, á quien ni la felicidad estragó, pues con tantas victorias murió pobre, ni la infelicidad postró su constante ánimo, puesto que volvió sin temor á una servi dumbre tan fiera, sólo por atender á la felicidad de au patria; y si los inclusos varones, acérrimos defensores de Roma y de sus dioses (á quienes adoraban con el mayor respeto, observando religiosamente los juramentos que por ellos hacían) pudieron quitar la vida á sus enemigos, atendido el derecho de la guerra, éstos, ya que la veían conservada por la piedad del vencedor, no quisieron matarse á sí propios; pues no temiendo los horrores de la muerte, tuvieron por más acertado sufrir el yugo de sus señores que tomársela por sus propias manos. A vista de tales ejemplos, ¿con cuánta mayor razón los cristianos, que adoran á un Dios verdadero y aspiran á la patria celestial, deben guardarse de cometer este pecado, siempre que la divina Providencia los sujete al imperio de sus enemigos, ó ya para probar la rectitud de su corazón, ó para au corrección?

pues es indubitable que en tal calamidad no los des ampara aquel gran Dios, que, siendo el Señor de los señores, vino en traje tan humilde á este mundo, para enseñarnos con su ejemplo á ejercer la humildad; por cuyo motivo, aquellos mismos á quienes ninguna ley,