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La ciudad de Dios

adoración de los dioses, no por la utilidad que se saca de ellos en vida, sino por la que se espera después de la muerte. En la cuestión, sí no me engaño, habrá mucho más en qué entender, y será más digna de que se trate con mas extensión; de modo que en ella vengamos á disputar contra los filósofos, y no cualesquiera, sino contra los que entre ellos son de mejor fama y nombre, y concuerdan en muchas cosas con nosotros; es á saber, en la inmortalidad del alma, en que el verdadero Dios crió al mundo, y en la admirable providencia con que gobierna todo lo que crió; mas porque es justo que los refutemos también en los puntos que opínan contra nosotros, no dejaré tampoco de dar satisfacción á esta parte, para que, confutadas las impías contradicciones conforme á las fuerzas que Dios me diere, establezcamos la ciudad de Dios y la verdadera religión, mediante la cual se nos promete con verdad la eterna bienaventuranza. Así, con esto concluyo este libro, para que lo que tenemos dispuesto lo comencemos por otro principio.