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San Agustín

mienda aun de algunos de estos con más razón no debemos perder la esperanza, pues entre los mismos enemigos declarados vemos que hay encubiertos algunos amigos predestinados que aún no los conocemos; porque estas dos ciudades en este siglo andan confusas y entre sí mezcladas, hasta que se distingan en el juicio final, de cuyo nacimiento, progresos y fin, con el favor de Dios, diré lo que me pareciere á propósito para mayor gloria de la ciudad de Dios, la cual campeará mucho más cotejada con sus contrarios.



CAPÍTULO XXXVI

De lo que se ha de tratar en el siguiente discurso.


Pero todavía me quedan que decir algunas razones contra los que atribuyen las pérdidas de la República romana á nuestra religión, porque les prohibe ésta que no sacrifiquen á sus dioses: referiré también cuantas calamidades me pudieren ocurrir, ó cuantas me pareciere dignas de referirse, que padeció aquella ciudad, ó las provincias que estaban debajo de su imperio, antes que se prohibiesen sus sacrificios. Todas las cuales, sin duda nos las atribuyeran, si tuvieran entonces, ó noticia de nuestra religión, ó les prohibiera así sus sacrílegos sacrificios. Después manifestaré cuáles fueron sus costumbres, y por qué causa quiso el verdadero Dios (en cuya mano están todos los imperios) ayudarles para acrecentar el suyo, y cómo en nada les favorecieron los que ellos tenían por sus dioses, antes sí, cuántos daños les causaron con sus engaños. Ultimamente hablaré contra los que, confutados y convencidos con argumentos insolubles, procuran defender la