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San Agustín

las maravillas que se celebran entre los egipcios por tradición y fama común, así de Isis como de Osiris, su marido, tienen particular fuerza y virtud para obligar á los dioses á que ejecuten cuanto se les ordene, siempre que el que los conjura con sus vanas fórmulas, encantaciones y sortilegios les amenaza que las divulgará ó las destruirá de raíz, y todas las veces que con expresiones fuertes les asegura de que disipará y aniquilará los miembros de Osiris si no hicieren todo cuanto les prescribe. De que el hombre amenace con semejantes desatinos y futilezas á los dioses, no como quiera á los de la clase inferior, sino á los mismos que denominan celestiales y brillan con luz y resplandor refulgente y de que esta conminación no quede sin efecto, antes por el contrario, que forzándolos violentamente á virtud de su potęstad los obligasen á hacer con tales medios cuanto deseaban, se admira con razón Porfirio ó, por mejor decir, bajo el pretexto de su admiración, y pregunta acerca de la causa que motivaba tan extraño suceso, da á entender que obran estas maravillas los mismos espíritus, de quienes dijo ya, según el sentir de otros filósofos, que eran seductores, engañosos y cautelosos, no como él dice naturalmente, sino por su culpa y malicía, quienes suponen dioses y almas de difuntos y no fingen lo que es ser demonios, como asegura, sino que realmente lo son. Y cuando cree como positivo que los hombres con hierbas, piedras y animales, por medio de ciertos sonidos, voces, figuras, ademanes y ficciones, y con ciertas observaciones sobre la conversión y movimiento de las estrellas, fabrican en la tierra ciertos entes singulares para causar y hacer diferentes efectos, todo esto es obra de los mismos demonios, seductores de los hombres, que tienen subyugados y sujetos á su dominio, gustando y complaciéndose en la ignorancia y errores de los mortales. Así que, ó,