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La ciudad de Dios

dudando efectivamente Porfirio, ó indagando y preguntando acerca de la causal de estos portentos, reflere extrañas particularidades con que se convencen y redarguyen de falsos, demostrando de paso que no pertenecen á las potestades que nos auxilian en la grande obra de conseguir la vida eterna, sino á los demonios cautos y engañosos, que los forman para tenernos más embaucados y alucinados; ó porque opinemos y sintamos con más benignidad de un filósofo tan instruido en su concepto, y acaso con este modo de explicarse, conferenciando con un sabio egipcio aficionado á tales errores, y que presumía ó se lisonjeaba de saber los secretos más singulares y las causas más abstractas y recónditas, pretendió ciertamente no ofenderle con la autoridad de doctor y maestro arrogante y presuntuo—.

80, ni turbarle contradiciendo públicamente su opinión; antes sí, con la figurada humildad de persona que, al parecer, por desear saber, pregunta sobre toda especie de materias, quiso contraerle á la consideración de aquellas. maravillas y manifestarle de cuán poco momento son y cuánto debe huirse de ellas. Finalmente, casi al fin de la carta le pide que le demuestre y enseñe el camino recto para alcanzar la bienaventuranza, según la doctrina de los sabios de Egipto, y supuesto que los que tuviesen trato familiar con los dioses, en tal conformidad que por sólo hallar un fugitivo ó conseguir la posesión de una heredad, ó un honrado casamiento, ó por sus negociaciones y otros intereses semejantes inquietarían al divino espíritu, es de dictamen que en vano se dice que los tales se aplicaron al estudio de la sabiduría, y que los mismos dioses con quienes tenían amistosa correspondencia, aunque en otros puntos les dijesen la verdad, sin embargo, por cuantonada les advertían sobre la bienaventuranza que les fuese útil y á propósito, no eran dioses, ni benignos de-