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La ciudad de Dios

dujo Eneas cuando vino huído de Troya se mudaron de un lugar á otro: que Tarquino cortó con una navaja una piedra aguzadera: que la Serpiente de Epidauro acompañó la estatua de Esculapio, habiéndola embarcado en su nave para traerla á Roma: que la nave en que iba la estatua de la madre Frigia, no pudiéndola mover todos los esfuerzos de muchos hombres y bueyes destinados á este efecto, la movió y trajo á la ribera sola una tierna doncella, atándola su faja para testimonio de su castidad: que la virgen Vestal, sobre cuya honestidad se hacía inquisición, satisfizo á la duda, llenando en el Tiber de agua un harnero sin que se le vertiese una gota; estos portentos y otros semejantes de ningún modo deben compararse en virtud y grandeza á los que leemos que sucedieron en el pueblo de Dios; cuanto más los que por las leyes aun de las naciones que adoraron y reverenciaron á los falsos dioses, fueron prohibidos y severamente castigados, es á saber, los mágicos y theúrgicos: que los más de ellos sólo en la apariencia embeleaan y engañan los humanos sentidos, como es el hacer bajar la luna, como dice Lucano, «hasta que llegue de cerca á despumar y arrojar su veneno en las hierbas que tiene para este efecto aplicadas el encantador.» Y aunque algunos milagros ó singulares habilidades suyas, en la grandeza de las obras parece que se igualan con algunos que hacen las personas piadosas y religiosas, con todo, el mismo fin con que se distinguen manifiesta que son sin comparación mucho más excelentes los nuestros: porque con aquellos portentos se pretende recomendar el culto de muchos diosea, á los cuales tanto menos debemos sacrificar cuanto más lo desean, y con éstos se nos encarga el culto de un solo Dios verdadero, quien claramente nos demuestra que no tiene necesidad de semejantes prodigios, así con el testimonio de sus sagradas letras como 7