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La ciudad de Dios

todo el mundo había de creer en el verdadero Dios, la ruina y destrucción del culto de los ídolos y demonios, y el ejercicio con las tentaciones, la purgación de los aprovechados y la liberación de todo mal; el día del juicio, la resurrección de los muertos, la eterna condenación de la congregación de los impíos, y el reino eterno de la gloriosisima Ciudad de Dios que goza inmortalmente de su vista: todo esto está dicho y prometido en las Escrituras, hablando de este verdadero camino, del que vemos tantas cosas cumplidas, que piadosamente creemos que han de suceder asi las demás. Y que la rectitud de este camino que nos conduce directamente hasta ver á Dios y unirnos con él eternamente está depositada en el archivo santo de la divina Escritura, con la misma verdad que se predica y afirma en ella; todos los que no lo creen, y por eso no lo entienden, pueden combatirla, pero no expugnarla: por lo que en estos diez libros, aunque menos de lo que esperaban algunos de mí, no obstante he satisfecho el deseo de otros, cuanto ha sido servido de ayudarme el verdadero Dios y Señor, refutando las contradicciones de los impíos, que al autor de la Santísima Ciudad, de la cual nos propusimos tratar, prefieren aus dioses: y en los cinco primeros de estos diez libros escribo contra los que piensan que deben adorarse los dioses por los bienes de esta tierra; y en los otros cinco contra los que entienden que debe conservarse el culto de los dioses por la vida que ha de haber después de la muerte. Así que de aquí adelante, como lo prometí en el Libro I, con el favor de Dios, trataré lo que me pareciere necesario acerca del nacimiento, progreso y debidos fines de las dos ciudades que dije que en el presente siglo andaban mezcladas y trabadas una con otra.