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La ciudad de Dios

tecen morir, y advirtiendo que son miserables, no quieren que los libren de la miseria. Aquellos también que son de dictámen que son, y lo son en realidad de verdad firmemente miserables, y no sólo los juzgan por miserables los sabios, por observar que son ignorantes, sino también los que se estiman por dichosos y bienaventurados, porque son pobres y mendigos: si alguno les concediese la inmortalidad con la precisa condición, que juntamente con ella jamás les faltase la miseria, proponiéndoles que si no quisiesen vivir siempre en la misma miseria no habían de tener de ningún modo ser, sino que en todo caso habían de morir y perecer, seguramente que saltaran de contento y eligieran primero el vivir siempre así, que no el dejar de ser del todo.

Testigo es de este aserto la experiencia, y. la sentada opinión de estos filósofos; porque ¿cuál es la causa por que temen morir, y gustan más vivir en aquella miseria que concluir y acabar con ella de una vez con la muerte, sino porque bastantemente se deja entender cuánto rehusa la naturaleza el no ser? Y por eso, comoadvierten que han de morir, desean que se les conceda por gran beneficio y merced la especial gracia de que les permitan vivir algún tiempo más en la misma miseria, y morir más tarde. Luego sin duda manifiestan con cuánto aplauso recibiría la inmortalidad, aun la que no pudiese dejar de ser pobre y menesterosa. ¿Y qué diremos de los animales irracionales, á quienes no se les concedió facultad de considerar sobre este punto, contando desde los más corpulentos y desaforados dragones hasta los más pequeños é imperceptibles gusanillos é insectos? ¿Acaso no dan á entender que quieren y aman el vivir y el ser, y por eso huyen y rehusan el morir con todos los movimientos y demostraciones que pueden?

Supuesto que hasta las plantas y todas las matas y arbustos que carecen de sentido para poder evitar con ma-