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La ciudad de Dios

á los sentidos para que las vean y sientan, de suerte que, en vez de ser incapaces de conocimiento, parece que quieren en cierto modo darse á conocer: sin embargo, nosotros las conocemos con el sentido corporal, de manera que no juzgamos de ellas con el sentido del cuerpo porque disfrutamos de otro sentido correspondiente al hombre interior mucho más excelente y noble, con el cual sentimos y conocemos las cosas justas y las injustas, las justas por una especie inteligible, y las injustas por su privación. Al ministerio y oficio peculiar de este sentido no llega ni la agudeza de los ojoa, ni la viveza de los oídos, ni el espíritu del olfato, ni el gusto de la boca, ni el tacto del cuerpo. Allí es donde estoy cierto que soy, y estoy cierto que lo sé, y esto amo, y asimismo estoy firmemente asegurado que lo amo.



CAPÍTULO XXVIII

Si debemos amar también al mismo amor con el mismo con que amamos el ser y saber, para acercarnos más á la imagen de la Trinidad divina.


Pero ya hemos dicho lo bastante, y cuanto parece que exigen los dos puntos que pretendemos explicar en esta obra, esto es, de la esencia y noticia en cuanto son amadas en nosotros, y cómo se halla también en los demás objetos inferiores á ellas, aunque diferente, una cierta semejanza suya; pero no hemos raciocínado sobre el amor con que se aman, si amamos al mismo amor. Es innegable que se ama, y lo probamos así, porque si él es el que se ama más que todas las cosas que se aman más bien, y con más justa razón, ¿por qué

Tomo II.
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