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San Agustín

no llamaremos con propiedad hombre de bien al que sabe lo que es bueno, sino al que lo ama? En esta inte ligencia, ¿por qué no advertimos en nosotros mismos y sentimos que amamos también al mismo amor con el que amamos todo lo bueno que estimamos? Supuesto que también es amor aquel con que se ama lo que no debe amarse, y este amor aborrece en sí (el que ama) á aquel amor con que se ama lo que debe amarse, pues ambos pueden hallarse en un hombre, y esto es bien y utilidad para la humana criatura, para que, elevándose aquel con que vivimos bien, se humille este con que vivimos mal, hasta que perfectamente sane y se mude en bien todo lo que vivimos; porque si fuéramos bestias, apreciaríamos la vida carnal y lo que es análogo á sus sentidos, y esto sin duda fuera suficiente bien nuestro, y conforme á esta máxima, yéndonos bien con ella no buscáramos otra cosa; y asimismo, si fuéramos árboles, aunque no pudiéramos amar objeto alguno con la potencia sensitiva, sin embargo, se daría á entender que apetecíamos en cierto modo el ser más fértiles y fructuosos; y si fuéramos piedra, agua, aire ó fuego ú otra cosa semejante, aunque destituídos de todo sentido y vida, con todo, no estuviéramos privados de un cierto apetito en su orden, deseando hallarnos en nuestro propio lugar y orden: porque los momentos é inclinaciones de la balanza del peso son como un peculiar amor de los cuerpos, ya .procuren con su gravedad el lugar humilde, ya siendo leves el alto y más elevado, pues así como al cuerpo le lleva y conduce su propio peso, así al ánimo su amor donde quiera que vaya. Y supuesto que somos hombres criadoa según la imagen y semejanza de nuestro Criador, á quien pertenece realmente la verdadera eternidad, la eterna verdad, el eterno y verdadero amor, y él mismo es la eterna, verdadera y amable Trinidad, no confusa, pero ni tampoco se-