Página:La ciudad de Dios - Tomo II.pdf/325

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
323
La ciudad de Dios

parada, discurriendo ahora por los objetos que nos son inferiores (porque tampoco tuvieran ser de modo alguno, ni se contuvieran debajo de especie alguna, ni apetecieran ó conservaran orden metódico, si no los formara aquel Señor que es sumo, es sumamente sabio y sumamente bueno), discurriendo, pues, digo con admirable estabilidad por todas las cosas que hizo Dios, vamos recogiendo algunas como vestigios suyos, que nos ha dejado impresas, en partes más, y en partes menos; pero considerando y observando en nosotros propios su imagen, como el otro hijo menor del Evangelio (1), y restituídos en nosotros, levantemos nuestra contemplación y volvamos á aquel Señor de quien nos habíamos apartado, ofendiéndole con nuestros enormes pecados.

Allí nuestro ser no tendrá muerte; allí nuestro saber no padecerá error; allí nuestro amor no sufrirá ofensa.

Y ahora, aunque estemos asegurados de estas nuestras tres cualidades, y no las creemos por otros testigos, sino que nosotros propios las sentimos presentes y las vemos con la infalible vista interior del alma, con todo, porque por nuestras limitadas luces no podemos saber cuánto tiempo han de permanecer, ó si nunca han de faltar, y á dónde han de llegar si obrasen bien, y á dónde si mal; por este motivo, ó buscamos ó tenemos otros testigos, de cuya fe y crédito de la razón por qué no deba dudarae de ellos, por no ser este lugar propio para tratarlo, lo expondremos después con más exactitud y diligencia. Así que en este libro hemos hablado de la Ciudad de Dios, á saber, de la que no es peregrina en la presente vida mortal, sino que vive siempre inmortal en los cielos; esto es, de los santos ángeles que están unidos con Dios, y que jamás le desampararon ni desampararán eternamente. Ya hemos dicho cómo entre (1) San Lucas, cap. XV.