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San Agustín

percibe, sino es no oyendo; y por eso nuestro entendimiento ve comprendiendo las especies inteligibles; pero donde faltan las conoce y aprende no sabiendo: «porque, ¿quién hay que conozca los errores?» (1). Esto sé yo, que la naturaleza divina nunca puede faltar en parte alguna, ni por ninguna parte, y que pueden faltar los entes que fueron formados de la nada, los cuales, no obstante, en cuanto son más ejecutan también acciones buenas y loables, porque siempre que operan, de cualquier modo tienen causas eficientes; pero en cuanto faltan, y por eso perpetran acciones abominables y malas (por cuanto en este caso, ¿qué hacen sino vanidades?), tienen causas deficientes.



CAPÍTULO VIII

Del amor perverso con que la voluntad desdice del bien inmutable y se inclina al blen mudable.


Asimismo estoy firmemente persuadido que cuando se hace la mala voluntad, ésta se efectúa y sucede en uno; de suerte que, si él no quisiera, no se hiciera, y por eso sigue justamente la pena á los defectos, no necesarios, sino voluntarios; no porque pasa á las cosas malas, sino porque malamente pasa, esto es, no á las naturalezas malas, sino porque malamente, pues pasa contra el orden de las naturalezas, de lo que es sumamente á lo que es menos: por cuanto la avaricia no es vicio del oro, sino del hombre que ama perversamente al oro dejando la justicia, que sín comparación se debía anteponer al oro. Ni la lujuria es vicio de los cuerpos (1) Salmo 18. ¿Delicta enim quis intelligit?