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La ciudad de Dios

entes, ya sea por operación de los ángeles ó de los hombres, ó de cualesquiera animales, ya sea por la conjunción conyugal de varón y hembra, y cualesquiera deseos, pasiones y mociones del alma de la madre, pueden ser poderosos para sembrar algunos lineamentos ó colores en los tiernos y suaves embriones ó fetos que traen en el vientre; pero á las mismas naturalezas, que en au género se disponen de este ó de aquel modo, no las hace sino el sumo Dios, cuyo oculto poder, como lo penetra todo con su inmutable presencia, hace que sea todo lo que en alguna manera tiene ser en cualquiera conformidad, poco ó mucho que le tenga: porque si el Señor no lo hiciera, no sólo no tuviera tal ó tal ser, sino que del todo no pudiera ser; por lo cual, si en aquells forma que los artífices dan exteriormente á las cosas corporales, decimos que á las ciudades de Roma y Alejandría las fundaron, no los artífices y arquitectos, sino los reyes, á la una Rómulo, y á la otra Alejandro; con cuya voluntad, acuerdo y orden fueron edificadas: ¿con cuánta más razón no debemos admitir sino á Dios por autor y criador de las naturalezas, que es el que ni hace ente alguno de otra materia, sino de la que él mismo hizo y formó, ni tiene otros obreros sino los que él crió?

Y si retirase su potencia fabricatoria de las cosas, por decirlo así, no tendrán más ser que el que tuvieron antes que no fuesen ni existiesen: antes, digo, en eternidad, no en tiempo; porque, ¿quién otro es el autor de los tiempos sino el que hizo todas las cosas, con cuyos movimientos alternativos corriesen los tiempos?

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