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San Agustín

me y abate el corazón, y aunque parece casi contradic torio que la soberbia esté debajo y la humildad encima, sin embargo, la santa humildad, como se sujeta al superior, y no hay otra cosa más superior que Dios, ensalza y eleva al que la posee; pero la altivez que hay en el vicio por el mismo hecho de rehusar la sujeción y subordinación, cae de aquel que no tiene cosa superior, y por lo mismo viene á ser inferior, sucediendo lo que dice la Sagrada Escritura (1): «los abatiste cuando ya iban subiendo y ensalzándose»; y no dijo cuando estaban ya elevados y ensalzados, de modo que primero estuviesen ensalzados y después los derribase y abatiese, sino que cuando iban subiendo, entonces los abatió y derribó; porque el mismo acto de subir y ensalzarse ya es principiar á abatirse, por lo cual al presente en la Ciudad de Dios y á la Ciudad de Dios que anda peregrinando en este siglo, se recomienda principalmente la humildad, y que esta es la que en su Rey, que es Cristo, singularmente se celebra; porque el vicio de la soberbia, contrario á esta virtud, nos manifiestan las sagradas letras que domina y reina principalmente en su cruel enemigo, que es el demonio. Verdaderamente es esta una notable diferencia con que se distingue y conoce la una y la otra Ciudad de que vamos hablando, es á saber, la compañía de los hombres santos y piadosos y la de los impíos y pecadores, cada una con los ángeles que la pertenecen, en quienes precedió por la una parte el amor de Dios y por la otra el amor de sí propio. Así que el demonio instruyera al hombre en un pecado tan manifiesto, haciendo lo que Dios había prohibido que se hiciese, si no hubiera él empezado á agradarse y á complacerse de sí mismo. Porque de aquí nació también el causarle complacencia lo que le dijeron: (1) Salmo. 72. Dejecisti eos, cum extollerentur.