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La ciudad de Dios

«sereis como dioses», lo cual pudieron serlo mejor es tando conformes y unidos con el sumo y verdadero principio por la obediencia, que no haciéndose ellos principio suyo por la soberbia, porque los dioses criados no son dioses por virtud propia, sino por la participación del verdadero Dios. Cuando el hombre apetece más es menos, y queriendo ser bastante para sí mismo, declinó de aquel que era verdaderamente bastante para él. El mal de agradarse á sí mismo y complacerse el hombre, como si él también fuera luz, apartándole de aquella luz que, si quisiera, también haría luz al hombre, aquel mal, digo, precedió en secreto para que se siguiera este mal que se cometió en público, porque es verdad lo que dice la Escritura (1), «que antes que caiga se sube y eleva el corazón, y antes que llegue á alcanzar la gloria se humilla y abate». La caída que se hace en secreto precede á la caída que se hace en público, mientras no se piensa que aquella no es caída; porque ¿quién hay que imagine que la exaltación es caída, hallándose ya allí el defecto y caida cuando desamparó al Excelso? ¿Y quién no advertirá que es caída cuando se traspasa evidentemente el mandato? Por eso Dios prohibió un hecho que, una vez cometido, no se pudiese excusar ni defender con ninguna imaginación de justicia, y por eso me atrevo á decir que es de importancia para los soberbios el caer en un pecado público y manifiesto, para que se desagraden á sí mismos los que, por agradarse y pagarse de sí incurrieron en el más enorme reato. Más útil é importante le fué á Pedro (2) el desagradarse á sí cuando lloró, que el agradarse y pagarse de sí cuando presumió; y esto es lo mismo que .

(1) Proverb., cap. XVI. Ante ruinam exaltatur cor, et ante gin riam humiliatur.

(2) San Mateo, cap. XXVI.