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La ciudad de Dios

á la razón se le imponga. Porque cuando el ánimo ordenadamente se vence á sí de manera que sus movimientos irracionales se sujetan al espíritu y á la razón, si ésta se encuentra también sujeta á Dios, la acción es loable y virtuosa. No siente el espíritu tanta vergüenza al no poder triunfar de sí mismo, como cuando el cuerpo, que es distinto é inferior á él y que no puede vivir sin él, desobedece sus mandatos, Cúmplese, sin embargo, la castidad cuando la voluntad contiene los demás miembros, sin los cuales aquellos á quienes, á pesar suyo, la concupiscencia excita, no pueden realizar su acción. Esta contradiccion, esta repugnancia, esta reñida contienda que hay entre la voluntad y el apetito, no hubiera ocurido en el Paraíso sin el pecado, pues todos los miembros del cuerpo hubiesen estado completamente sometidos á la voluntad. Sembrara, pues, el campo de la generación el vaso que crió la naturaleza para este efecto, como la mano esparce las semillas en la tierra. Al llegar aquí, el pudor nos impide expresarnos con más claridad en estas materias y nos obliga á guardar respeto á los oídos castos; pero hubiéramos podido tratar libremente la cuestión en el Paraíso, sin miedo á excitar malos pensamientos; porque no tuvieran allí significación las palabras deshonestas, y cuanto pudiéramos decir de los órganos de la generación seríá tan honesto, como cuanto dijeramos de los otros miembros del cuerpo. Quien esto lea con impura disposición de ánimo, cúlpese á sí propio y no á la naturaleza; condene su depravado corazón y no las palabras que la necesidad nos obliga á usar. Los lectores castos nos perdonaran fácilmente, en tanto que acaba de convencer á los infieles, que argumentan y discurren, no acerca de la fe en las cosas de que no se tiene experiencia, sino acerca de las que el ánimo tiene experimentadas. Porque sin ofensa leerá esto el que sin horror M