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La ciudad de Dios

aquí la Ciudad de Dios, esto es, el hombre que esperó invocar el nombre del Señor Dios. Pues como dice el apóstol (1): «el cumplimiento de nuestra salvación estáen la esperanza, pero la esperanza que se ve no es esperanza, porque lo que ve uno y lo que posee ¿cómo puede decirse que lo espera? Y si esperamos lo que no vemos ni poseemos, con paciencia lo aguardamos». ¿Y quién ha de imaginar que esta doctrina carece de algún profundo misterio? ¿Por ventura Abel no invocó con esperanza el nombre del Señor Dios, cuyo sacrificio refiere la Escritura que fué tan aceptable á Dios? Y el mismo Seth jacaso no invocó con confianza el nombre del Señor Dios?, por quien se dijo: «Dios me ha dado otro hijo en lugar de Abel» (2). ¿Por qué cause se atribuye, pues, á éste con propiedad lo que se entiende que es común a todos los hombres piadosos, sino porque convenía que en aquel de quien se refiere que nació el primero del padre, progenitor y cabeza de las generaciones recogidas y separadas para la ciudad soberana ae figurase el hombre, esto es, la sociedad y congregación de los hombres, que vive, no según el hombre en la posesión de la ciudad terrena, sino según Dios, en la esperanza de la felicidad eterna? Y no dijo la Escritura: «éste esperó en el Señor Dios, ó éste invocó el nombre del Señor Dios» (3). ¿Qué quieren decir las palabras «esperó invocar», sino una profecía de que había de nacer y descender de él un pueblo que, según la elección de la gracia, invocase el nombre del Señor? Esto es lo (1) San Pablo, ep. á los Rom., cap. VII. Spe enim salvi facti sumus. Spes autem quæ videtur, non est, spes: quod enim videt quis, quid sperat? Si autem quod non videmus, speramus, per pa tientiam expectamur.

(2) Génesis, cap. IV. Suscitavit enim mihi Deus semen aliud pro Abel.

(3) San Pablo, ep. á los Rom., osp, X. Hic speravit invocare nomen Domini Dei, .