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San Agustín

tosa en el nombre de león, cuya potestad la declara el mismo Salvador en el Evangelio, donde dice: «Tengo potestad de dejar mi alma, y potestad tengo para volverla á tomar; nadie me la quita, sino que yo voluntariamente la dejo y la vuelvo á tomar». De esta manera bramó el león; de esta manera cumplió lo que dijo, porque é esta potestad pertenece lo que sigue de su resurrección (1): «¿Quién le despertará?» Esto es, ninguno de los hombres, sino él mismo que dijo de su cuerpo: «Destruid este templo que veis, y en tres días le volveré á levantar». Y el género de muerte, esto es, la muerte de cruz, en una palabra, se entiende donde dice: «subiste»; y lo que añade: «te recostaste y dormiste», Io declara el Evangelista, cuando dice: «que inclinando la cabeza dió su espíritu», ó á lo menos se nos manifiesta é indica su sepultura donde se recostó cuando durmió, y de donde ningún hombre le resucitó, así como los profetas resucitaron á algunos, ó como el mismo Señor lo practicó con otros, sino que él mismo, desde allí, se levantó como de un sueño; y aquella su vestidura que lava en vino, esto es, que la limpia de los pecados con su sangre, cuyo misterio y efectos sobrenaturales de esta sangre conocen los bautizados, y por eso añade: «y en la sangre de la uva au manto». ¿Qué manto y qué vestidura es esta sino la Iglesia? Y los ojos encendidos y rubicundos del vino, ¿qué son sino sus hombres espirituales embriagados con la bebida de su cáliz? de quien dice el real profeta (2): «Tu cáliz que embriaga, ¡cuán hermoso y agradable es!» y sus dientes más blancos que la leche, la cual beben, según el apóstol, los pequeñuelos, es á saber, las palabras con que se sustentan los pequeñuelos que no son idóneos para (1) Joann., cap. X. Quis suscitavit eum?

(2) Salmo. Et calix tuus inebrians, quam praeclarus est!