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La ciudad de Dios

mi altar para que desfallezcan sus ojos y se deshaga su espíritu, y los que quedaren de tu casa morirán á cuchillo y te servirá de señal lo que sucederá á tus dos hijos Ophni y Finees, que morirán en un día. Y yo me proveeré de un sacerdote fiel que me sirva en todo conforme á mi corazón y mi alma, y le edificará una casa fiel y andará siempre en la presencia de mi Cristo, y sucederá que el que hubiere quedado de tu casa vendrá á adorarle por un óbolo de plata, diciendo: acomódame en alguna parte de tu sacerdocio para que pueda suatentarme».

No hay testimonio igual á esta profecía, donde tan claramente se profetiza la mutación del antiguo sacerdocio sin que pueda decirse que se cumplió en Samuel.

Pues aunque es positivo que Samuel no era de otra tribu, sino de la que estaba señalada para el servicio del Señor en el santuario y en el altar, con todo, no era de la estirpe de los hijos de Aarón, cuya descendencia estaba designada para que de ella se escogiesen los sacerdotes; por lo cual podemos decir aquí que hubo una sombra y figura de la misma mutación que había de haber con la venida de Jesucristo. Y la misma profecía en el hecho, no en las palabras, propiamente pertenecía al Viejo Testamento y figuradamente al Nuevo, significándonos en el hecho lo que de palabra dijo el profeta al sacerdote Helí; porque después hallamos que hubo sacerdotes del linaje de Aarón, como fueron Sadoch y Abiathar en tiempo de David, y después otros, antes que llegase el tiempo en que convenía que sucediesen por medio de Jesucristo todas estas cosas que con tanta anticipación estaban profetizadas acerca de mudarse el sacerdoció. ¿Quién, al mirar con ojos fieles todo esto, podrá menos de decir que todo está ya cumplido? Ya no tienen los judíos tabernáculo ni templo alguno, ni altar ni sacrificio, y, por consiguiente, ningún sacerdote