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La ciudad de Dios

en el número de los apóstoles. El Cristo que esperan los judios no creen que ha de morir, y por eso el que nos anunciaron la ley y los profetas no imaginan que es el nuestro, sino el suyo, de quien dan á entender que no puede padecer muerte y pasión, y así con maravillosa vanidad y ceguera pretenden que estas palabras citadas por nosotros no significan muerte y resurrección, sino sueño y estar despierto. Sin embargo, con toda claridad lo dice asimismo el Salmo 15: «Porque está Dios á mi diestra, se ha regocijado mí corazón y se ha alegrado mi lengua, y fuera de esto, cuando dejare por un momento el alma, también mi carne descansará en esperanza, porque no dejarás á mi alma en el infierno ni consentirás que tu santo vea la corrupción»..

¿Quién podía decir que había descansado su carne con aquella esperanza, de manera que, no dejando á su alma en el infierno, sino volviendo luego al cuerpo, vino á revivir, porque no se corrompiera como suelen corromperse los cuerpos muertos, sino que él resucitó al tercer día? Lo cual sin duda no puede decirse del real profeta David, pues también clama el Salmo 67, diciendo: «Nuestro Dios es Dios, cuyo cargo es salvarnos, y del Señor son las salidas de la muerte». ¿Con qué mayor claridad nos lo pudo decir? Porque Dios que nos salva es Jesús, que quiere decir Salvador ó que da salud; pues la razón de este nombre se nos dió cuando antes que naciese de la Virgen, dijo el ángel (1): «Parirás un hijo y le llamarás Jesús, porque él ha de salvar á au pueblo y lo ha de libertar de sua pecados». Y porque en remisión de estos pecados se había de derramar su sangre, no convino sin duda que tuviese otras salidas de esta vida que las de la muerte. Por eso cuando dijo: «nuestro Dios es Dios, cuyo cargo es salvarnos», añadió: (1) San Lucas, cap. I.