remunerados con la inmortalidad, vivieran con ellos eternamente; y que los santos, en la resurrección, han de tener de tal manera los mismos cuerpos en que aquí fueron afligidos, que ni á au carne les ha de poder acontecer corrupción alguna ó dificultad, ni á su bienaventuranzá algún dolor ó infelicidad?
CAPÍTULO XX
Y por eso al presente las almas de los santos difuntos no sienten pesar por la muerte con que las separaron de los cuerpos, porque su carne descansa con esperanza, por más ignominias que parezca que han recibido, estando ya fuera de todo sentido; y no desean, como opinó Platón, olvidarse de sus cuerpos, sino antes porque se acuerdan de la promesa de aquel Señor que á ninguno engaña, el cual les aseguró que no perderían ni aun un cabello (1), con gran deseo y paciencia esperan la resurrección de sus cuerpos en que padecieron muchos trabajos para no sentirlos ya jamás en ellos, pues si no aborrecían á au carne (2) cuando ella con su flaqueza resistía al espíritu, y la reprimían por el derecho natural del espíritu, ¡cuánto más la amarán habiendo ella de ser también espiritual! Porque así como muy (1) Luc., cap. XXI. Capillua é capite vestro non peribit.
(1) San Pablo, ep. á los ephesios, cap. V. Carnem suam nemo odio habuit.