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La ciudad de Dios

es, la miraron con más curiosidad, y porque el movimiento desvergonzado y torpe resistía al albedrío de la voluntad, cubrieron sus partes vergonzosas), cómo vinieran á engendrar y propagar sus hijos, si, como Dios los crió, perseveraran sin pecar? Pero por cuanto es ya tiempo de concluir este libro, y una cuestión tan célebre no es justo atropellarla, siendo cortos en su examen y exposición, la suspenderemos para tratarla con más comodidad y claridad en el libro siguiente.