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LIBRO DÉCIMOCUARTO


CAPÍTULO I

Que por la inobediencia del primer hombre todos cayeran en la eternidad de la segunda muerte, si la gracia de Dios no librara á muchos, Dijimos ya en los libros precedentes, cómó Dios, para unir recíprocamente en sociedad á los hombres, no sólo con la semejanza de la naturaleza, sino también para estrecharlos en una nueva unión y concordia con el vínculo de la paz por medio de una cierta cognación y parentesco, quiso criarlos y propagarlos de un solo hombre; y cómo ningún individuo del linaje humano fal.


tara ni muriera, ai los dos primeros, de los cuales al uno crió Dios de la nada y al otro del primero, no lo merecieran por su inobediencia, los cuales cometieron un pecado tan enorme, que con él se transformó y empeoró la humana naturaleza, transcendiendo hasta sus más remotos descendientes la dura pensión del pecado y la necesidad irreparable de la muerte, la cual, con au despótico dominio, de tal suerte se apoderó de los corazones humanos, que el justo y condigno rigor de la pena llevaba á todos como despeñados á su precipicio, que era la muerte segunda, que no tiene fin ni término, si de aquel terrible caos de confusión y de acerbos tormentos no libertara á algunos la no debida, gratuita y